Esperanza e incertidumbre en
El título del artículo lo debo a un Twitter de Paolo Gentiloni, comisario de Economía de la Unión Europea. Si bien los economistas proyectan un crecimiento positivo de las economías nacionales en el 2021, dichas proyecciones todavía no auguran que se recuperen en el 2021 los niveles del PIB que se habían alcanzado en el 2019.
Si bien la aparición de diversas vacunas de comprobada eficacia para inmunizar contra los mayores riesgos del COVID-19 da lugar a un razonable optimismo sobre el fin de la pandemia y consecuente normalización de actividades económicas, las sucesivas olas de nuevos contagios, las frecuentes mutaciones del virus, y la lentitud en los procesos de producción y distribución, así como lo engorroso de la aplicación de las vacunas determinan que tendremos pandemia para rato.
Y no hay forma de que la economía se dinamice mientras persista el temor al contagio y la muerte que infunde el coronavirus. Aunque el trabajo de los científicos en desarrollar vacunas tuvo un éxito nunca antes visto, no era tan sencillo como algunos pintaban que, de un momento a otro, se produjeran miles de millones de dosis, se distribuyeran y se aplicaran a la población.
Y las perspectivas apuntan a que los países ricos, que casi monopolizaron las primeras compras, se tomen gran parte de este año en completar la inmunización; que en los de ingresos medios no alcancemos inmunidad de rebaño sino en el 2022, y en los más pobres en el 2023. Y para colmo, gran parte de la población mundial se ha dejado influir por los infundios del grupo QAnon, que insta a la población a rechazar la vacuna.
Ante este panorama surgen dos temores que retardan o hacen más doloroso el restablecimiento del crecimiento económico y el desarrollo de los países. Uno es que las distintas velocidades de la vacunación generen una nueva fuente de disparidad entre ricos y pobres, tanto entre naciones como entre individuos, contrario a lo que la humanidad se había propuesto en los ODS.
El otro es que la tardanza en restablecer las actividades termine convirtiendo lo que comenzó como una crisis de oferta, devenido de inmediato en crisis de demanda, ahora en una crisis financiera, con la quiebra de bancos, el cierre definitivo de grandes y pequeñas empresas, con su secuela de desempleo y pobreza. Esto es algo que ya muchos ven como inminente por dos factores:
Primero, un gran riesgo de las deudas soberanas de los países, particularmente los subdesarrollados, pues con los déficits en que han debido incurrir, terminarán sobreendeudados y con serias dificultades de repago. El segundo es el de las deudas corporativas, pues la abundancia de liquidez y bajas tasas de interés han alentado que se endeuden empresas que de antemano están semicerradas y que no volverán a ser lo que eran. Y cuando alguien no puede pagar, otro alguien no podrá cobrar, y eso genera una cadena de impagos que da miedo.
Un alivio es que con el nuevo gobierno en los EUA y al controlar los demócratas ambas cámaras legislativas, se presenta la oportunidad de empezar a reconstruir el orden internacional que Trump comenzó a destruir. Es un lugar común entre los pensadores del momento que ni la pandemia se controla ni la economía se normaliza sin el trabajo mancomunado de las naciones.
Esto no se resuelve con unilateralismo, cada quien actuando por su cuenta e incluso estropee el esfuerzo del otro. Todo ello antes de pensar en los mil problemas que, antes de la pandemia misma, la humanidad estaba conminada a enfrentar. Se requiere cooperación internacional, tanto en la distribución y logística de las vacunas, como en resolver la crisis. Para ello hay que fortalecer los organismos internacionales de la salud y de la economía.
Se recuerda que para superar la crisis financiera del 2008-2009 se invitó a los principales países a una reunión en Londres, los ricos aportaron recursos al Banco Mundial y al FMI, este último además vendió oro y asignó gratuitamente Derechos Especiales de Giro a los más necesitados y se alentó a los países a gastar para estimular la demanda. Esto, con Trump en el poder, ni pensarlo.
Lo que pasó en nuestro país es que el Gobierno de Leonel engañó al FMI y a la comunidad internacional, pues la condición era que, tras el segundo año, se eliminara el déficit para volver a contener el crecimiento de la deuda, pero aquí se siguió gastando, el Gobierno rompió el acuerdo con el Fondo y el déficit siguió por sus buenas hasta el punto de que jamás hemos logrado pararlo.