Las libertades perdidas
El reclamo de “No al toque de quiebra” no es un mero desahogo por motivos económicos. El poder del Estado sobre el ciudadano empieza a ser agobiante y no solo aquí. Empieza el control por las restricciones a la libertad de movimiento que se traducen en prohibición de viajar, reunirse, trabajar, ir al colegio…
Para paliar los efectos, el Estado multiplica sus ayudas y programas sociales que saldrán del bolsillo de los que tuvieron prohibido trabajar, algunos de los cuales se fueron a la quiebra directamente. Y está prohibido ir al colegio pero no a la iglesia, y puede ir usted a beber al colmado según a qué horas aunque no a la universidad.
Se permite, eso sí, aglomerarse en los supermercados, bancos y transporte público que funcionan en horario restringido para que todos tengamos que ir a la vez.
Son las incongruencias, en todo el mundo, de una pandemia que ha retratado no solo las deficiencias de los sistemas de salud de cada país, sino las deficiencias de sus sistemas políticos o más directamente de sus políticos.
El Estado, los Estados, son cada vez más autoritarios. La pandemia les ha permitido gobernar en modo estado de excepción, de emergencia o a puro decreto, por lo que podrían alargar el sistema de restricciones sin muchos escrúpulos. Su presencia es decisiva en ámbitos que antes lo tenían como regulador necesario pero ahora lo aclaman como proveedor indispensable. Muy peligroso.
En el nombre de la salud estamos perdiendo libertades privadas y colectivas que hasta hace poco eran irrenunciables. ¿Hasta que llegue la vacuna?