Trump: En su “dureza” esta su debilidad

En los días finales de diciembre y principio de enero de este año estaba justo entre Washington y Georgia, lo que me permitió ser testigo del presente de la gran nación del norte. El ambiente era expectante no solo por la pandemia sino por las elecciones pendientes que decidirían los representantes al Capitolio por el Estado de Georgia y la certificación protocolar esperada de parte del Congreso Norteamericano, de los resultados finales de las elecciones generales.

En Georgia, Republicanos y Demócratas votaron de manera pacífica y ordenada, mientras en Washington el trumpismo presentó su verdadera identidad. Ahora bien, Donald Trump no es un accidente de la historia de los EE. UU, encarna una visión y un movimiento revisionista y aislacionista, con raíces profundamente populistas y autoritarias.

Ya sabemos que todo populismo, de izquierda o derecha, destruye la democracia, genera fanatismo, proclama soluciones superficiales de muchas testosteronas y pocas neuronas; mucha imposición y poca persuasión. La democracia es diferente, mientras el populismo es reactivo, ella es proactiva. Mientras el populismo es la creencia en “mesías” políticos, la democracia es la encarnación de principios, institu- ciones y el resultado de encuentros y desencuentros políticos. El populismo siempre es irreflexivo, la democracia requiere el disenso reflexivo.

La vigencia de la democracia se sustenta en la responsabilidad de su liderazgo y la concertación. El populismo se sustenta en el victimismo, la destrucción de enemigos y en teorías de conspiración. En democracia se gana con votos. El populismo se sustenta con devotos. El fanatismo político es la fe de los débiles y el trumpismo su nueva “religión política” en los EE. UU.

El discurso populista prospera en ciudadanías inmaduras y dolidas por causas reales y atendibles pero incapaces de reconocer la humanidad de sus contrarios. Los líderes populistas son almas sedientas de mando y poder que se aprovechan de las debilidades de los pueblos para esquilmarlos. En términos cristianos son justo lo contrario a un mesías, pues el mesías se da, se entrega, sirve a los demás. Estos, por el contrario, quitan, roban y se sirven de los demás, para alimentar su EGO. Solo tenemos que ver que desde que perdió las elecciones, Trump ha recaudado más de 500 millones de dólares de sus devotos seguidores.

Tal como hemos explicado en otros artículos, EE.UU. no ha sanado las causas que dieron origen a su gran guerra civil: el racismo es sistémico, fundacional y la diversidad, es apenas un desiderátum que muchos odian. Trump aupó, azuzó y prohijó ese odio, ese “bullying colectivo” contra las mujeres y contra toda diversidad (los migrantes y los negros). En términos jungianos, desde el atril de la Casa Blanca sacó a pasear la sombra del inconsciente colectivo del pueblo norteamericano.

Lo sucedido en el tramo final de su mandato es típico de movimientos populistas y de líderes “duros”, pero esencialmente débiles e ineficaces. Donald Trump fue incapaz de ganar en Georgia al menos un senador. Por el contrario, los Republicanos perdieron ambos asientos en disputa y con ello el control del Senado. Los Demócratas se llevaron el Poder Ejecutivo, el Senado y la Cámara de Representante. Con su falsa “dureza” azuzó y promovió el grotesco asalto al Capitolio y con ello retrató de cuerpo entero su visión y misión, terminando de descarrilar su gestión de gobierno.

En resumen, Donald Trump intentó ganar en la calle, lo que perdió al final de su errático mandato, aislándose de aliados y colaboradores importantes del Partido Republicano y de prominentes sectores empresariales norteamericanos como la industria manufacturera. Mientras los Demócratas supieron construir una amplia alianza, que va desde el centro izquierda hasta parte importante de la derecha norteamericana, como lo es “The Lincoln Project”: Republicanos comprometidos en detener a Trump. Tres grandes centros de poder norteamericanos se alinearon a favor de Biden: el poder Bancario-Financiero, la emergente super poderosa Cybereconomía y el influyente poder de Hollywood.

EE. UU con sus más de 200 años de tradición democrática tiene por delante una tarea compleja: recuperar la convivencia cívica. Lo que sucede actualmente en ese gran país no se resuelve simplemente con la juramentación del presidente Joe Biden.

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