Los caminantes también son gente

Todo un gabinete de salud no sabía que las confesiones cristianas aplican en sus templos un protocolo más riguroso que el oficial.

De haberlo sabido no hubiera incluido a las iglesias en el decreto que endurece el confinamiento.

Como gobierno de cambio, conoce la reversa y la pone sin pensarlo dos veces. Incluso, costumbre de meses que se le celebra y aplaude.

La vuelta a la posición anterior encontró rápidamente el beneplácito de obispos, curas y pastores, y por igual de los fieles.

No así de la calle que replicó al instante: ¿por qué sí a las iglesias y no a los parques? De mañanita y de tardecita unos van a misa y otros se ejercitan, y mucho más ahora que la salud preocupa y hay que cuidar tanto el alma como el cuerpo.

Aunque en el caso conviene observar el comportamiento de la gente, el humor del ciudadano. El Gobierno quiso hacerlo bien, ganarse el favor de las iglesias, y a consecuencia pierde fervor entre los caminantes.

Y no solo entre caminantes, pues a ellos deben agregarse los ciclistas que por igual usaban los parques o su cercanía para entrenarse.

El coronavirus, ante esas reacciones, se llena de gozo.

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