La memoria corta
A pesar de su oposición, el mariscal Hindenburg, entonces presidente de Alemania, accedió a llamar a Adolf Hitler a ocupar el cargo de Canciller del Reich el 30 de enero de 1933. Un llamado que tenía más característica de apuesta que de salida política a la crisis desatada por la renuncia de Franz von Papen. La decisión de Hindenburg buscaba demostrar que Hitler fracasaría en su intento de sacar a la Alemania derrotada de 1918. Los que creían en el fracaso del líder nacionalsocialista perdieron la apuesta y el mundo conoció la guerra más atroz de todos los tiempos: una guerra mundial con un saldo de más de sesenta millones de muertos entre 1939 y 1945.
Casi noventa años después, algunos países de Europa parecen haber olvidado lo que significó la Alemania de Hitler. Austria, por ejemplo, que fue víctima tanto como Alemania de las ideas y principios nacionalsocialistas, fue seducida al iniciar el siglo por los mismos discursos vacíos y desprovistos de sentido de hace noventa años.
Jörg Haider, el führer de Carinthie, como se le llama al líder del Partido de la Libertad austríaco, fundado por ex nazis y que no esconde sus orígenes, logró, en febrero de 2000, que su organización política quedara en primer lugar en las elecciones legislativas de su país lo que implicaba un gobierno formado con ministros neonazis. Y, unos meses después, en septiembre, dio la orden para que un mural nazi del pintor Switbert Lobisser a la gloria del IIIer Reich fuera restaurado y expuesto en un museo de su región.
La Unión Europea (UE) reaccionó a la victoria de Haider e impidió que fuera escogido como primer ministro, pero se vio obligada, a pesar de las protestas y rechazos de algunos altos funcionarios de la UE, a aceptar la decisión del voto popular austríaco. Poco después, el partido populista de extrema derecha holandés de Pim Fortuyn (asesinado unos días antes por un militante ecologista), ganó las legislativas de mayo de 2002.
De igual manera el aumento de la extrema derecha en Dinamarca y Bélgica, por ejemplo, es notable. En Italia, Silvio Berlusconi gobernó con el apoyo de la extrema derecha fascista y hoy día esa misma derecha fascista y xenófoba gobierna. La memoria de los pueblos es corta. Los años de miseria que dejó Hitler en Alemania y Mussolini en Italia no están lejos. En Francia, por ejemplo, ocupada y humillada por los nazis durante la guerra parece haberlo olvidado. En las elecciones presidenciales de mayo de 2002 y 2017 un partido de inspiración fascista, Frente Nacional, es la segunda fuerza política del país. Muchos de los que votaron por Haider, en Austria, por Le Pen en Francia o por los neonazis de otros países europeos vivieron los años de muerte y destrucción que las ideas absurdas de Hitler pusieron en práctica a partir de enero de 1933.
La historia da cuenta de los intelectuales, artistas y políticos que trataron de explicar de manera insistente lo que el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán iba a hacer con el poder. No se equivocaron, pero las críticas a ese monumento de la locura y la mitomanía que es Mein Kampf, dieron más notoriedad a la obra de Hitler que la que tenía. Las denuncias no fueron suficientes. Sólo había que impedirle que tomara el poder. No ponerlo a prueba.
Así como el electorado de algunos países de Europa da muestra de amnesia histórica, en República Dominicana la dictadura de Trujillo, que desapareció hace casi sesenta años nos da una impresión similar. Por suerte, a pesar de los intentos de Ramfis Domínguez Trujillo, no existe un partido trujillista.
Los ex funcionarios de la “Era de Trujillo” no tienen el más mínimo pudor en publicar libros que ponen como ejemplo de “bienestar”, “tranquilidad” y “orden” los 31 años de dictadura. Ninguno es de denuncia, ninguno hace alusión a las humillaciones ni a los crímenes de los que fueron testigos, cuando no cómplices.
En una dictadura el bienestar, la tranquilidad y el orden están estrechamente relacionados con la arbitrariedad del sistema, en particular si ese régimen es de tipo personalista, como lo era el de Trujillo. ¿Podía existir bienestar en un país en donde nadie podía rivalizar con los bienes del déspota? Al dictador se le atribuye la expresión: “Si no vende, su viuda lo hará”.
Ninguno de los turiferarios de la dictadura de Trujillo describe en sus libros la intranquilidad que desataba en los hogares el ruido de los “cepillo” que utilizaba el SIM en sus rondas nocturnas; no dan cuenta de lo que sentían cuando, pasada la medianoche, el característico ruido de esos Volkswagen se detenía frente a su casa; tampoco dan cuenta de que ni siquiera los funcionarios podían ufanarse de su seguridad.
Recuerdo que el entonces Secretario de Trabajo, Ramón Marrero Aristy, por ejemplo, fue asesinado en julio de 1959. Un escarmiento para los que se sentían seguros porque integraban la administración trujillista. La memoria tiene sus límites. El orden que existía en República Dominicana durante la “Era de Trujillo” era simplemente miedo.
A pesar de la enorme bibliografía, filmografía y documentos que existen sobre la dictadura de Hitler en Alemania y de lo que ella significó para Europa y el mundo; a pesar de lo que la mayoría de los dominicanos conoce sobre los años de humillación y oprobio del régimen de Trujillo; a pesar de que la historia nos dice que todo régimen totalitario es nefasto porque no respeta la libertad ni la vida. Tenemos la memoria corta.